Maldita la distancia que recorre este mundo. Mis miedos son el poder que controla mi cuerpo. Tarde tras tarde recorro el sendero que me lleva a ese lugar mágico, al lugar idilio donde una maravillosa tarde apareciste y golpeaste con fuerza mi vida. Fuiste ese aire oceánico que mueve las velas de mi velero, la tempestad que lo hace zozobrar en estas aguas llamadas amor. Me vi en el desamparo de una soledad latente, que arde en mis cenizas aquellas cartas que escribía, aquellos poemas que con locura entraban en mi mente. Rompiste mis sueños, esos que noche tras noche vestían mis musas de los colores de tu sonrisa, del color de tus ojos. Apagaste cada una de las estrellas que guiaban mi camino, cada una de las letras que agonizaban en los llantos de soledad, en la laguna del olvido.
Pasaste como un huracán, pusiste patas arriba todo aquello que construí en tanto tiempo. Reventaste mis ilusiones como si de cristal se tratase, jugaste con este corazón que a sabiendas que te quería tiraste a los perros. Cortaste mi camino, colocando una y otra piedra a la que encadenabas mis condenas, mis lagrimas y mis llantos de soledad. Te llevaste todo, salvo mi desgracia.
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